Abarka

El ungüente prodigioso

Era el tiempo en que los moros y los cristianos luchaban con impaciencia y las tierras de Alava eran campos de batalla sangrientos. Se podían ver cientos de cadáveres al suelo, en estado de putrefacción.
   Hizo un momento durante este tiempo en que misteriosamente, los árabes que habían caído, muertos, cerca de las ciudades, resucitaban. Esto tenía como efecto desequilibrar las fuerzas en presencia en descrédito de los cristianos quienes, ellos, cuando se morirían, lo eran definitivamente.
   Los jefes de las tropas cristianas se daban un mal de loco para intentar comprender este extraño fenómeno.
¡Qué desgracia!
Verse resucitar estos muertes que, además, estaban del campo desfavorable. El fracaso se jugaba por adelantado así.
Lo que todos ignoraban es que esta masiva resurrección de moros era la obra de una vieja bruja, a la mirada torva y a la felina silueta, quien, todas las noches recorrían los campos de batalla llevando un pote bajo la axila. Contenía un ungüento de su fabricación. Al poner sus dedos dentro cubría las heridas de los cadáveres de esta poción que se ponían de pie, sanos y seguros, como si salían de un ligero sueño. Y así día tras día.
   Una determinada noche, a raíz de una violenta batalla que había hecho muchos muertos, los jefes cristianos se deploraban, muy preocupados por el cariz que tomaban las cosas.
¿- A que nos sirve este triunfo si, sin duda alguna, los muertos resucitan esta noche propia?
En el momento en que se esperaban menos, uno jóven soldado se presentó a ellos y les propusieron supervisar a su cuenta el campo de batalla esta noche. Como no llegaban a conocer el fenómeno, los jefes le concedieron el permiso con una secreta esperanza.
   El soldado se ocultó pues entre los cadáveres moros y supervisó pacientemente. Hacia medianoche apareció una vieja con un pote que iva muy tranquilo y seguramente. Sin perder un único detalle, el joven observó cómo el factor, empapando dos dedos en el recipiente cubría los cuerpos. Inmediatamente el muerto abría los ojos, se levantaba y iba agradeciendo fugitivamente a la vieja mujer.
   Sin perder un momento, el joven consultado su lanza se acercó al moro resucitado y lo atravesó. Hizo así mismo con la vieja, determinado que ésta era una bruja peligrosa.
Durante un momento el joven comtempló el contenido del pote muy intrigado, constatando que se trataba de un ungüento pegajoso y grueso, de un olor extraño y desagradable. Imitando la vieja, empapó dos dedos en el producto y lo aplicó a la herida sobre el pecho de la zanfoña. Apenas afectada, esta vieja famélica se señaló como si no se había muerto nunca.
   Muy asustada, le suplicó dejarle la vida segura prometiendo que él mostraría cómo obtener esta preparación. Pero el joven le atravesó las cuotas de nuevo sin piedad.
Cuando el soldado dio la vuelta a su campamento, dijo su éxito pero poco le concedió del crédito.
¿Cómo ser sobre esta fantástica historia?
Mostrando el pote a sus superiores, el joven soldado pidió para que se lo matara y que a continuación se aplicara este ungüente sobre su herida.
Él tubo enfrentar las guasas de sus camaradas y que hacen frente a la incredulidad de sus superiores, terminaron por dar la muerte recordándoles que solo le sería responsable de su suerte.
   Finalmente una puñalada en pleno pecho de un camarada puso fin a sus días. Sin perder tiempo, aún muy escépticos, a alguien adjuntó dos dedos que empapó en el pote y aplicó el ungüento sobre la herida del joven caído en tierra que, inmediatamente, se estuvo incluida en la perplejidad de la gente presente.
   Gracias al ungüento, al amanecer, los soldados cristianos ganaron otras batallas sobre los moros que, además no tenían ya nadie para resucitarles sus muertes.
Al contrario, y hasta el final de la guerra, cuando un cristiano se moriría inmediatamente venia a la vida para la felicidad de todos.

Fuente : Sorgiñas, leyendas vascas de brujas ISBN: 84-95846-46-2 © de la Edición "Los libros del cuentamiedos".

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